Con el siguiente post concluimos el reinado y vida del Emperador Carlos I de España y V de Alemania.
Cierto es que Carlos I fue educado en Alemania y cuando llegó a España desconocía el castellano, pero poco a poco fue otro de los idiomas que aprendió y fue el que más promocionó. Un detalle de esto es un discurso que dio ante la presencia del papa Paulo III, el cual le recriminó no entender lo que decía al hablar en castellano y Carlos I le contestó:
«Señor obispo, entiéndame si quiere, y no espere de mí otras palabras que de mi lengua española, la cual es tan noble que merece ser sabida y entendida de toda la gente cristiana».
Hasta los veintiocho años Carlos V gozó de una salud relativamente estable, pero a partir de esta edad comienzan a aparecer los ataques de gota. Con el transcurrir de los años se fueron haciendo cada vez más dolorosos, hasta el punto de inmovilizarle.
En algunas batallas el dolor es tan grande que no puede ni poner el pie en el estribo, para aliviar su sufrimiento se ata una banda de tela al arzón de su silla y así puede reposar el pie.
Su salud declinaba día a día. La mirada triste, la respiración entrecortada, la espalda encorvada y las piernas tan débiles que apenas puede caminar. Necesita apoyarse en un bastón para trasladarse de una a otra sala.
Cuando no padecía de gota eran las hemorroides o el asma los que le atormentaban.
Al sufrimiento de la gota se unía la privación de la comida y la bebida; cuando arreciaban los ataques, se le hinchaba la lengua, la boca se le inflamaba segregando flemas viscosas y se le atrofiaba el paladar, tardando después días en recobrarlo.
Se ha hablado mucho de que Carlos I hizo celebrar sus funerales en vida y se ha descrito con minuciosidad que, acostado en un ataúd, oyó con devoción la misa de difuntos. Parece ser que, según muchos historiadores, el relato es apócrifo. Aunque recordemos que Carlos I era hijo de doña Juana la Loca, cuya necrofilia es conocida de todos.
En Yuste se dedicó a la mecánica, con afición extraordinaria en la relojería y como no consiguiera que todos los relojes marchasen de acuerdo, marcando todos la misma hora y los mismos minutos exclamó:
— ¡Loco de mí, que pretendí igualar a tantos pueblos diferentes!
Al saber Carlos V, en su voluntario destierro de Yuste, que su hijo y sucesor, Felipe II, pensaba cambiar la capitalidad del reino, le escribió estas palabras:
—Si quieres conservar tus dominios, deja la corte en Toledo; si deseas aumentarlos, llévala a Lisboa; si no te importa perderlos, ponla en Madrid.
«¡Llegó la hora!». El 21 de septiembre de 1558, cerca de las dos de la madrugada, después de haber permanecido largo rato silencioso, y conociendo que se acercaba su fin, exclamó el emperador Carlos V esas palabras.