Vamos a por la tercera entrega del rey Carlos II.
A los nueve años aún no sabía leer ni escribir. Como se sostenía en pie con dificultad y se cansaba, sus juegos los realizaba sentado, sobre mullidos almohadones, rodeado de enanos y bufones, que le distraían continuamente, siendo las únicas que este príncipe entendía.
A los veinte años su inteligencia y sus conocimientos eran tan escasos como los de un niño.
Cuando tenía treinta años creyó hacer un gran esfuerzo al dedicarse, durante una hora todos los días, a la lectura de un libro de historia.
Era del dominio público la poca afición del príncipe a la higiene y el mínimo cuidado que ponía en su aseo personal. Gustaba de tener una larga cabellera que, enmarañada y sucia, colaboraba en no poca medida a dar el aspecto macilento y cadavérico que ofrecía su pobre figura.
A los treinta y dos años, después de sus múltiples afecciones, perdió el pelo, lo que quedaba disimulado debajo de la peluca que ya usaba y que no quiso empolvar nunca para no parecerse al rey francés.
To be continue…