Qué difícil es describir en la distancia del tiempo un reinado de hace más de 250 años y que únicamente duró 13 años, estamos hablando de Fernando VI y Bárbara de Braganza.
Si a la lejanía le unes la parcialidad de aquellos que escribieron sobre éste periodo, todo conduce a que lo más honesto es intentar ceñirse a hechos, evitando valoraciones personales, pero es inevitable generarse una corriente de opinión sobre lo sucedido en base a todo lo leído sobre el rey, la reina y su entorno, así es que sobre esta base partimos para contaros de una manera sencilla el reinado del tercer Borbón.
Fernando VI de España, llamado «el Prudente» o «el Justo» nació en Madrid el 23 de septiembre de 1713, tercer hijo de Felipe V y de su primera esposa María Luisa Gabriela de Saboya, siendo el tercero en la línea sucesoria, lo que conllevó pocas algarabías tanto por su nacimiento, su bautizo y su niñez.
Pronto le cambió la vida porque su madre falleció a los 5 meses de él haber nacido y su padre contrajo matrimonio siete meses después con Isabel de Farnesio, princesa proveniente de la Corte italiana con la que Felipe V tuvo 6 hijos.
Por lo que parece, la nueva reina tenía bien clara la línea a seguir, distanciar a los 3 hijos del primer matrimonio del rey en favor de sus hijos y de esa manera ir colocándolos a su gusto y manera. Además, el rígido protocolo de la corte impedía el contacto directo de los príncipes con los reyes —ni comían juntos, ni asistían a actos oficiales con sus padres—, así que Luis y Fernando se comunicaban con su padre —y con su madrastra— a través de cartas escritas en francés, que era la lengua que utilizaba la familia.

Siendo muy joven, falleció el segundogénito Felipe Pedro y en 1724 el rey Felipe V abdicó en favor de su primogénito, Luis I de España, que se convirtió en rey de España, pero solo durante 8 meses, el tiempo que medió hasta que enfermó de viruela y falleció. Éste podía haber sido el momento en el que, con 17 años reinase Fernando VI, pero Isabel de Farnesio convenció a Felipe V de que volviese a reinar él, y tras una semana de intentos, lo consiguió, logrando que perdurase en el cargo otros 22 años, los cuales le fueron arrebatados de reinar a Fernando VI.
Pero no solo se conformó con esto Isabel de Farnesio, sino que logró que el Príncipe de Asturias, Fernando, no estableciese prácticamente relación alguna con personal de la Corte, Ministros, Embajadores u otro personal relevante.
En 1728 se casó con la princesa portuguesa, Bárbara de Braganza, mujer muy culta, educada por tutores excepcionales, Bárbara aprendió seis idiomas y fue una apasionada de la música. En un primer momento, la opinión general fue rechazar aquella alianza con Portugal, pensado que el futuro rey podría haber matrimoniado con alguna princesa más importante del Viejo Continente. Aún así, Bárbara se supo ganar el afecto de la corte y pronto se creó en torno a su persona un partido afín a la futura reina consorte.

El reglamento de la conducta del príncipe de Asturias aprobado en el verano de 1733 determinaba que «don Fernando y doña Bárbara podrían ser visitados cada uno por sólo cuatro personas, cuyo nombre y cargo se indicaba. No podrían recibir a otros embajadores que los de Francia y Portugal. Los príncipes no debían comer en público ni salir de paseo ni ir a ningún templo o convento. Se suprimió también la asistencia del príncipe al Consejo de Gobierno y todo despacho con él, y en especial cualquier trato con el «primer ministro» Patiño y los ministros, y, en suma, toda visita suya a sus padres.
Y así estuvieron durante más de una década, viendo como su padre enloquecía e Isabel absorbía la totalidad del poder en la Corte, hasta que Felipe V fallece el 9 de julio de 1746 de un derrame cerebral y es entonces cuando Fernando VI se convierte en rey de España.
Apenas transcurrida una semana de la muerte de su padre, el nuevo rey Fernando VI ordenó a su madrastra, la reina viuda Isabel de Farnesio, que abandonara el palacio real del Buen Retiro y se marchara a vivir a una casa de la duquesa de Osuna, acompañada de sus hijos, los infantes Luis y María Antonia. Al año siguiente fue desterrada de Madrid y su residencia quedó fijada en el palacio de La Granja de San Ildefonso —cuando la reina viuda protestó por medio de una carta en la que le decía al rey que «desearía saber si he faltado en algo para enmendarlo», Fernando VI le respondió con otra misiva en la que decía: «Lo que yo determino en mis reinos no admite consulta de nadie antes de ser ejecutado y obedecido»
Cuando llegó al trono el rey impulsó una política de neutralidad y paz en el exterior para posibilitar un conjunto de reformas internas. Los nuevos protagonistas de estas reformas fueron el Marqués de la Ensenada, francófilo; y José de Carvajal y Lancaster, partidario de la alianza con Gran Bretaña. La pugna entre ambos terminó en 1754 al morir Carvajal y caer Ensenada, pasando Ricardo Wall a ser el nuevo hombre fuerte de la monarquía.
El 30 de agosto de 1749, Fernando VI autorizó una persecución con el fin de arrestar y extinguir a los gitanos del reino, conocida como la Gran Redada. Mediante la ordenanza del 2 de julio de 1751 prohibió la masonería. Además, durante su reinado se llevaron a cabo medidas importantes como el nuevo modelo de la Hacienda, la creación del Giro Postal (antecesor del Banco de San Carlos), se dio un gran impulso al comercio con las Américas, se modernizó la Marina, se mejoraron las relaciones con el clero y se fundó la Real Academia de Artes de San Fernando.

La reina Bárbara de Braganza no gozaba de buena salud, padecía tos continua provocada por el asma. En la primavera de 1758 fue trasladada al Palacio Real de Aranjuez con la intención de que allí mejorase, cosa que al principio funcionó pero en el mes de julio volvió a empeorar ya fatigarse, padecía fiebres altas, y después de varios días de agonía, falleció el 27 de agosto de 1758. Su cadáver fue trasladado al convento de las Salesas Reales recién inaugurado por ella misma, lugar donde descansa desde entonces.
Ambos reyes estaban muy unidos y Fernando VI no pudo aguantar su pérdida, no participó en el cortejo fúnebre de su mujer, se trasladó a vivir al castillo sito en Villaviciosa de Odón a fin de intentar pasar el luto de una manera más llevadera, ejercitando su mayor afición, la caza, pero todo esfuerzo fue en vano, debido a que fue perdiendo paulatinamente la cabeza.
Durante ese tiempo se mostró agresivo —«tiene unos impulsos muy grandes de morder a todo el mundo», escribió el infante Luis a su madre Isabel de Farnesio— y para calmarlo le suministraban opio; intentó suicidarse en varias ocasiones y pidió veneno a los médicos o armas de fuego a los miembros de la guardia real; bailaba y corría en ropa interior, jugaba a fingir que estaba muerto o, envuelto en una sábana, a que era un fantasma. Cada día estaba más delgado y pálido, lo que se unía a la dejadez en su aseo personal. No dormía en la cama sino sobre dos sillas y un taburete.
Fernando VI falleció el 10 de agosto de 1759. Su cadáver fue trasladado al Convento de las Salesas Reales y, al igual que se había hecho con los restos de su esposa, los suyos fueron guardados en un sepulcro provisional debajo del coro. Los mausoleos del rey y de la reina fueron construidos luego durante el reinado de su sucesor Carlos III y terminados en 1765. El de Fernando, diseñado por Francesco Sabatini y labrado en mármol por Francisco Gutiérrez Arribas, fue colocado en el lado derecho del crucero de la iglesia del Convento y el de doña Bárbara en el coro bajo de las monjas, detrás del de su esposo.
Fue sucedido por su hermanastro Carlos III, hijo de Felipe V y su segunda esposa, la todopoderosa, Isabel de Farsenio.