Archivo de la categoría: Nuestros grandes inventores

Juan de la Cierva y Codorníu

Hoy os presentamos uno de los inventores de mayor renombre a lo largo de nuestra historia, Juan de la Cierva y Codorníu.

Nació en Murcia el 21 de septiembre de 1895, hijo de un político y nieto de un ingeniero, a De la Cierva siempre le interesó volar. Cuenta su hija que ya de joven lanzaba en el parque del Retiro de Madrid aparatos que él mismo construía y que irremediablemente se estrellaban contra el suelo.

De adolescente, fundó con dos amigos una sociedad que bautizó como B.C.D. (las iniciales de sus apellidos), y a los 16 años construyó e hizo volar en el aeródromo de Cuatro Vientos, en Madrid, un biplano con un motor de 50 CV, apodado el Cangrejo. Unos años después, su segundo modelo, esta vez un monoplano, sufrió también sus pruebas: el aparato nunca logró volar con la eficacia del anterior. 

En 1919 terminó la carrera de ingeniero de Caminos (por entonces, no había una formación específica para ingenieros aeronáuticos), y presentó como proyecto de fin de estudios un nuevo biplano con tres motores y hélices motoras. En las pruebas, el piloto Julio Ríos sufrió un accidente sin que sufriera daños, pero sí destrozó el aparato y dejó en la mente de De la Cierva una gran impresión.

Empezó entonces a pensar en cómo podría crear un sistema de vuelo que no viese comprometida la seguridad cuando disminuyese la velocidad, ya que era en los momentos previos al aterrizaje, al ir los aparatos más despacio, cuando se producían la mayoría de las caídas. El resultado fue su primera aproximación al autogiro, una nave con una hélice frontal y en la que las alas fueron reemplazadas por palas giratorias que seguían en movimiento aunque la velocidad disminuyese. 

Lo patentó en 1920 y realizó varias modificaciones hasta que el cuarto modelo, que llamó C-4, consiguió sobrevolar el aeródromo de Getafe el 17 de enero de 1923.

Ese mismo mes llevó a cabo otra prueba con éxito en Cuatro Vientos: despegó en una breve carrera, voló a unos 100 kilómetros por hora y también a velocidades muy lentas y volvió a aterrizar en vertical. El año siguiente, el ejército comenzó a producir autogiros (modelo C-6), y su presencia en la IX Exposición Aerodinámica de París despertó el interés de gobiernos extranjeros por sus diseños. 

El 18 de septiembre de 1928 fue un gran día para De la Cierva. Esa tarde, “a las 16 y 16”, como contaba el periódico ‘ABC por entonces, su aparato aparecía por el horizonte en el aeródromo de Le Bourget, en París, donde un montón de periodistas y fotógrafos esperaban para inmortalizar el momento en que su autogiro aterrizase, tras cruzar por primera vez el Canal de la Mancha. “El autogiro dio una gran vuelta por encima del aeródromo, pasando a gran velocidad. Después subió un poco y, a 150 metros de altura, paró el motor. Entonces, el aparato comenzó a descender verticalmente, deteniéndose unos momentos en el descenso para reemprenderlo instantes después. Y suavemente, sin ningún incidente, el autogiro se posó en tierra”, recogía el cronista de la época.

Así cumplía el sueño de parte de su vida, según reconoció él mismo. “Durante años, no he hecho otra cosa que trabajar en él para convertir en algo práctico aquel aparato en que comencé mis experimentos en 1920”.

Desde el año 2001 el Ministerio de Educación otorga un premio nacional con su nombre para proyectos que han destacado en el proceso de transferir tecnología de los laboratorios a las empresas

Los meses previos al golpe militar, Juan de la Cierva se encontraba en Inglaterra. Desde allí, a principios de julio de 1936, asesoró a los golpistas en el alquiler de un avión, el ‘Dragon Rapide’, que habría de llevar a Franco desde Canarias hasta Tetuán para tomar el control de las tropas del norte de África, un vuelo que los cronistas del franquismo denominarían como “histórico”. 

Irónicamente, el ingeniero e inventor murió en un accidente de aviación poco después el 9 de diciembre de 1936 en Croydon, el avión en el que volaba de Londres a Amsterdam se estrelló en el aeropuerto, durante la maniobra de despegue.

Fidel Pagés Miravé

Hoy vamos a rescatar del olvido a un español del siglo XIX cuya contribución a la ciencia ha salvado millones de vidas, nos referimos a D. Fidel Pagés Miravé, el cual se suma a los más  Grandes Inventores Españoles de nuestra historia.

Nació en Huesca el 26 de enero de 1886 , hizo los estudios secundarios en Huesca, estudiando la carrera de medicina en la Universidad de Zaragoza, donde recibió su título en medicina y cirugía con honores (1908). El mismo año ingresó en el cuerpo médico del ejército, siendo enviado a Melilla con el rango de segundo oficial médico. Después de ser ascendido en 1911 a primer oficial médico, sirvió en Tarragona, Toledo, Madrid (donde obtuvo el doctorado), Ciudad Real, y de nuevo en Madrid.

En 1885, el neurólogo neoyorquino James Leonard Corning administró una dosis de 1,3 milímetros con un pequeño porcentaje de cocaína, el único anestésico local de fácil acceso entonces, bajo las vertebras dorsales de un perro. Fue la primera vez que se insensibilizó la zona espinal en un animal.

Casi cuarenta años después, el cirujano y militar Fidel Pagés Miravé, conceptualizó y desarrolló la anestesia epidural, un medicamento que bloquea las terminaciones nerviosas de la médula espinal.

La epidural consiguió adormecer de forma segura la zona inferior del cuerpo, lo que permitió disminuir el dolor durante las cirugías y las contracciones de los partos. Un siglo después, el fármaco sigue siendo esencial en los hospitales.

Los beneficios de la solución de Pagés son de sobra conocidos en todo el mundo. No así su descubridor, quien, como tantos otros, fue olvidado por el mundo científico. Los pormenores de su gran descubrimiento fueron publicados en 1921 en «Revista Española de Cirugía», publicación que él mismo fundó y que sirvió de base para posteriores investigaciones médicas. Sin embargo, sus artículos no fueron traducidos, por lo que apenas consiguieron salir de España.

Desde 1920 fue asignado al Hospital Militar de Urgencia de Madrid, aunque también estuvo destinado brevemente en Melilla en 1921 como consecuencia del desastre de Annual. En 1922 fue ascendido a Comandante Médico.

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El 21 de septiembre de 1923 murió en un accidente de tráfico mientras volvía a Madrid desde sus vacaciones en Cestona (Guipúzcoa), a la altura de Quintanapalla (Burgos), en la llamada cuesta de la Brújula.

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Los restos son trasladados a Madrid el día 23 por ferrocarril hasta la estación del Norte, desde allí son trasladados entre una gran multitud hasta el Cementerio de San Lorenzo donde es enterrado. La muerte de Pagés deja inacabada su obra científica y por desarrollar una prometedora carrera de cirujano.

Su trabajo pronto fue olvidado, entre otras razones por no ser traducido, de modo que cuando en 1931 el cirujano italiano Dogliotti presentó la anestesia epidural, la cual había descubierto independientemente, recibió el crédito de su descubrimiento. Solamente con el paso del tiempo, una revista científica argentina reivindicó la autoría del médico español, que fue entonces reconocida por Dogliotti.

Posteriormente, ya desde 1932 numerosos científicos recordaron que el verdadero descubridor de la anestesia epidural fue Fidel Pagés, suponiendo el reconocimiento final por toda la comunidad científica internacional.

En 1936 la viuda de Pagés, Berta Bergenman, contrajo segundas nupcias con un inspector de policía llamado Corrales Guerrero. Al inicio de la Guerra Civil detuvieron a toda la familia, fusilando al inspector Corrales en los primeros día de agosto. Doña Berta temiendo por la vida de sus hijos, encarcelados con ella en la “Checa” en que se convirtió el cine Europa, consiguió hablar con el Comisario Político responsable de su seguridad. Al explicarle que los hijos que ella tenía no eran de su actual matrimonio sino de su anterior marido el doctor Pagés, el Comisario Político ordenó la inmediata puesta en libertad de toda la familia. Pagés había sido el cirujano que le curó las graves heridas que sufriera en la Guerra de Africa de 1921.

En memoria de Pagés, la Sociedad Española de Anestesiología, Reanimación y Terapéutica del Dolor (SEDAR) concede cada dos años el premio que lleva su nombre desde 1957.

Además, el Ministerio de Defensa español creó en junio de 2007 el Premio a la Investigación en Sanidad Militar Fidel Pagés Miravé.

Una última curiosidad, en el número 13 de la calle Infantas de Madrid encontramos desde el 20 de octubre de 2015 una placa del Ayuntamiento de Madrid que nos recuerda que en esa casa vivió el cirujano Fidel Pagés Miravé.

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Federico Cantero Villamil

Hoy vamos a rescatar del olvido a otra gran inventor español de principios del siglo XX, D. Federico Cantero Villamil, el cual se suma a los más  Grandes Inventores Españoles de nuestra historia.

Federico nace en Madrid en 1874, hijo de un ingeniero industrial que había sido contratado para dirigir la línea de ferrocarril de Medina del Campo a Zamora. Con 22 años (1896) Federico terminó sus estudios en la Escuela de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos de Madrid con el número uno de la promoción. A continuación, se trasladó a Zamora donde  durante unos años se ocupó de la explotación del río Duero, aguas debajo de Zamora.

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Fue responsable de la dirección facultativa del salto de San Román, de la dirección de la línea de ferrocarril Medina del Campo a Zamora (1905-1918), de la realización del proyecto de la línea ferroviaria de Zamora a Orense, de la dirección técnica de dos talleres mecánicos, de una fábrica de hielo y de la dirección de los laboratorios químicos Menvior.

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Sus escasos tiempos libres los dedicaba a la aeronáutica. Durante una visita a la Exposición universal de París de 1900 adquirió un taller con maquinaria de precisión que instala en Zamora y se esfuerza en el diseño de hélices o “alas giratorias” con las que dotar a un aparato que denomina como “carro volador”. Federico pretendía construir un aparato volador en el que las alas fueran sustituidas por hélices horizontales. Justo en esos años, el ruso Sikorsky investigaba en la misma dirección, aunque tuvo la suerte de emigrar a Estados Unidos, donde recibió el apoyo que le faltó a Federico.

En 1922 y tras fijar su residencia en Madrid construye el prototipo denominado “Libélula Viblandi”, nombre derivado de Villamil y sus colaboradores Blanco y Diaz. Sin embargo, en 1936, el estallido de la guerra civil hizo que se interrumpieran los trabajos y ensayos, no existiendo pruebas de que el prototipo llegara a volar.

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Fue un inventor de un gran número de patentes. En el archivo histórico de la OEPM ha sido posible identificar 33 documentos de  patente en las que figura como inventor, desde 1910 a 1945.

La primera patente, de  fecha de solicitud 13/06/1910, tiene como título “un procedimiento e idea para producir la sustentación de cuerpos y aparatos en el aire y si se quiere a la vez la propulsión. Ambas cosas a un tiempo o separadamente. Por medio de ruedas especiales de una o unas paletas articuladas móviles inclinadoras gradualmente siguiendo la variación y forma que se explica”. Indudablemente las normas de la época en relación con los títulos de las patentes diferían considerablemente de las actuales.

Pese a todo, al terminar la guerra española Cantero Villamil quiso continuar con su Libélula, trasladándola a Cuatro Vientos.

Durante los años siguientes continuó modificando el prototipo e introduciendo las mejoras resultantes de sus estudios. Pero entonces se encontró con otro gran obstáculo: la postguerra. “Tenía la dificultad de los materiales, porque recién acabada la guerra no había capacidad para importar”, dice Cantero Núñez. 

Aún así no abandonó la investigación sobre los helicópteros, según se aprecia en el siguiente documento.

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La carestía de la España arrasada, el éxito de Sikorsky y la propia edad avanzada de Cantero Villamil terminaron por asfixiar el proyecto, hasta que en 1946 la tuberculosis se llevó la vida del ingeniero.

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Isidoro Cabanyes

Hoy os presentamos dentro de nuestro monográfico de Grandes Inventores Españoles a Isidoro Cabanyes, inventor polifacético denominado como el “Julio Verne Español”, cuya historia seguro os va a sorprender un montón.

Nace en El Garraf en 1843. Siguiendo el ejemplo de sus hermanos, con tan solo 14 años ingresó en el Colegio de Artillería de Segovia, siendo su primer destino como bisoño teniente de artillería, Madrid. En concreto se le moviliza en 1866 para intervenir y sofocar la sublevación del cuartel de San Gil contra Isabel II. En 1869 es ascendido a capitán.

Pocos años después solicita pasar a la Reserva por desavenencias de tipo político, pero en 1873 solicita su reingreso. Acto seguido participa en el sitio de Cartagena, por cuyos méritos es ascendido a comandante, y en las importantes operaciones de la campaña del Norte, batalla de San Pedro Abanto y el levantamiento del Sitio de Bilbao. Ambas acciones enmarcadas dentro de la Tercera Guerra Carlista (1872-1876), y por las que fue condecorado.

Durante su carrera militar, Cabanyes solicitó múltiples permisos que le otorgaron el tiempo necesario para crear sus invenciones y viajar por Europa con el fin de conocer los adelantos tecnológicos que se iban desarrollando. Con una capacidad prodigiosa para alumbrar nuevas propuestas.

Cabanyes presentó en Francia su primera patente en 1873. Esta consistía en un regulador de aire comprimido que se utilizaría como fuerza motriz. A raíz de esta idea en 1877 diseñó un tranvía propulsado por esta energía. El tranvía iba provisto de energía eléctrica almacenada en seis baterías electroquímicas de zinc-carbono, inventadas en 1841 por el químico alemán Robert Bunsen (1811-1899), lo que permitía producir la chispa de ignición del gas, las luces del vehículo o la señal de parada (al pulsar unos botones situados sobre los asientos de los viajeros).

A partir de 1880 Cabanyes dedicó su ingenio en producir novedades dentro de la iluminación. Así nacería el Fotógeno, un sistema gasístico de iluminación y calefacción que permitiría ahorrar hasta un 60% en los costes del alumbrado. Pero a pesar de su buena disposición, el Fotógeno no obtuvo el reconocimiento que se merecía debido a su tardío nacimiento. Y es que en aquellos años ya había comenzado la expansión del tendido eléctrico.

En 1881 patenta una lámpara eléctrica, que utilizando la tecnología del arco voltaico y de las bombillas incandescentes, según se dice se podía comparar con la del propio Edison. 

En 1882, Cabanyes dirigió el montaje del alumbrado eléctrico (sustituyendo al gas) para el Ministerio de la Guerra (sito en el Palacio de Buenavista de la Plaza de Cibeles) a través de una contrata con la barcelonesa Sociedad Española de Electricidad, cuyo representante en Madrid era el propio Cabanyes, quien aprovechó la infraestructura para asimismo proveer de luz  al Café de Madrid (en la calle de Alcalá) y a una fábrica de harinas (en el barrio de Embajadores). A finales de año, Cabanyes se convirtió en accionista fundador y director técnico de la Sociedad Matritense de Electricidad (SME). Pocos años después logra instalar por primera vez la luz eléctrica en el Palacio Real de Madrid.

Junto a su socio en esta aventura Miguel Bonet, y coincidiendo en el tiempo con el de Isaac Peral, fue capaz de idear una sorprendente máquina de guerra submarina, que como en el caso de Juan de la Cierva con el Autogiro años después, son probablemente la cima y la mayor aportación de la capacidad inventiva de nuestro país en el siglo XX.

Así, en 1885, Cabanyes diseñó un prototipo de Torpedero Submarino en colaboración con el capitán Miguel Bonet Barberá (1845-1907). Ambos se inspiraron en el submarino francés “Gymnote”, construido (entre 1884 y 1888) por los ingenieros navales Henri Dupuy de Lôme (1816-1885) y Gustave Zédé (1825-1891). Con una eslora de 15 metros y casi 2,5 de manga, la nave de los españoles estaba concebida para desplazar poco más de 40 toneladas y sumergirse a una profundidad entre 4 y 50 metros. El casco era enteramente metálico, formado por planchas de 7,6 mm de grosor.

El proyecto del torpedero sumergible de CabanyesImagen relacionada

Disponía de un “timonel eléctrico” para regular automáticamente la horizontalidad, un “anteojo explorador” (periscopio) y tres tubos lanzatorpedos a proa (no recargables). La propulsión de la nave empleaba un motor eléctrico Brown-Oerlikon de 60 CV abastecido por 120 acumuladores.

En 1889, Cabanyes publicó un proyecto de aeroplano experimental. Consistía en una cometa pilotada de unos 200 kilos de peso que requería una potencia de 60 CV para alzar el vuelo y alcanzar (siempre en condiciones atmosféricas buenas) una velocidad horizontal de 36 km/h y una de ascenso de 12 km/h. El aparato no disponía de motor, por lo que debía ser lanzado desde una altura adecuada y con una determinada velocidad del viento. Asimismo, el aeroplano disponía de grandes hélices, timón, un sistema de persianas para cerrar o abrir el paso al aire y diverso instrumental de navegación (cronómetro, brújula, barómetro y termómetro).

En 1896 la reformara por entero, introduciendo una barquilla para tres tripulantes, hélices propulsadas por pequeños “turbo-motores” cuyo combustible eran los gases producidos por cartuchos de pólvora sin humo, una vagoneta como rampa de lanzamiento, dos timones (uno a proa para el eje horizontal y otro a popa para el vertical), una estructura de seda japonesa y en forma de casquete esférico que se desplegaba a modo de paracaídas a fin de propiciar el aterrizaje y, por último, un amortiguador instalado bajo la barquilla para evitar percances durante la toma de tierra.

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Se suceden varios destinos en distintas guarniciones y en 1894 es nombrado Jefe de Estudios de la Academia de Artillería de Segovia. En 1896 es ascendido a coronel.

La capacidad de trabajo, el torrente creativo y una curiosidad desbordante le permitieron crear un amplio abanico de ingenios, que como suele ocurrir en estos casos, se adelantaron a su tiempo.

Hablamos de verdaderos complejos de ingeniería en los que el nivel y conocimientos de carácter matemático y físico, los cálculos de estructuras y las soluciones mecánicas demuestran que hablamos de un verdadero genio. Cabanyes puede ser considerado un precursor de las energías alternativas.

En 1890, publicó el diseño del “Reflector Cabanyes” para aprovechar el calor solar en la producción del vapor con el que poner en marcha una bomba de extracción de agua con destino a regar cultivos. El aparato consistía en un generador de vapor en forma de serpentín de hierro que recibía el agua mediante bombeo manual y estaba rodeado por 32 espejos metálicos (planchas de hojalata) montados sobre un armazón giratorio. Los espejos recogían el calor solar y lo proyectaban sobre el serpentín, calentando el agua de su interior y produciéndose consecuentemente el vapor. Éste era conducido por una tubería hasta un pulsómetro (patentado en EE.UU. en 1872), una bomba sin pistones encargada de elevar el agua de un pozo para su empleo agrícola. Según cálculos del propio Cabanyes, su reflector era capaz de extraer diariamente (en los meses de julio y agosto) durante siete horas hasta 3.000 litros de agua desde diez metros de profundidad.

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Años después, en 1902, Cabanyes retomó el interés hacia la energía solar, aunque con un procedimiento completamente distinto, recogido en una patente española (nº 30332) a favor de un “aparato motor solar”. El invento consistía en un tubo vertical (entre 20 y 36 metros de altura, 3 y 30 de diámetro), parecido a una chimenea, hecho en palastro y con un mecanismo motor (semejante al de los molinos) en su interior. En la base del tubo se encontraba soldada una estructura troncocónica del mismo material, pintada de negro y agujereada con el propósito de producir corrientes de aire caliente y conducirlas al interior del tubo vertical para así generar el movimiento del mecanismo que albergaba. En total, la potencia desarrollada podía llegar a los 10 CV.

La torre Eólica de Cabanyes.

En 2013 ingenieros británicos de la Universidad de Londres, a petición del ALMA, el mayor observatorio astronómico del mundo localizado en el desierto de Atacama (Chile), retomaron el proyecto de Cabanyes con el objetivo de obtener energía limpia en una de las zonas más áridas del planeta, donde la arena es muy fina y las placas fotovoltaicas se obstruyen o generan problemas fácilmente.

Para ello, y combinando la tecnología solar, eólica y geotérmica, estructuraron una torre inflable de un kilómetro de altura, 170 metros más alta que el mayor edificio del mundo, capaz de producir energía tanto de día como de noche y sin la necesidad de agua. 

Por último, es de destacar que Cabanyes fue un matemático de consideración, responsable (entre 1870 y 1908) de diversos trabajos sobre geometría y álgebra.

Falleció en San Lorenzo de El Escorial en 1915 a los 72 años de edad  a causa de una insuficiencia cardiaca.

 

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Manuel Jalón Corominas

Hoy vamos a hablaros del inventor de dos de las cosas con mayor repercusión mundial del siglo XX, nos referimos a Manuel Jalón Corominas.
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Nació en Logroño el 31 de enero de 1925, desde muy jovencito Jalón entró a trabajar en la Base Aérea de Zaragoza en los años 50, inquieto por naturaleza se licenció como ingeniero aeronáutico. 
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Como oficial del Ejército del Aire español pudo conocer de primera mano diversos establecimientos militares del mundo y, en uno de ellos, la inspiración le visitó por sorpresa.
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Encontrándose temporalmente en una base militar de los Estados Unidos, nuestro inventor quedó pensativo al ver cómo se fregaban los inmensos suelos de los hangares con una simple mopa plana y un cubo con rodillos. ¿Acaso no habría una forma más sencilla y cómoda de realizar aquella ingrata tarea?
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Cierto día de 1956 un amigo le lanzó un reto mientras disfrutaban de un momento de descanso en una cervecería. ¿Sería posible librar a las mujeres, que limpiaban de rodillas en aquellos momentos una parte del bar, de un suplicio como aquel? y así, pensando en la gente que terminaba con las rodillas hechas polvo ya fuera fregando hangares, bares o casas, decidió idear algo para poder fregar de pie.
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¡La solución había estado siempre delante y nadie se había dado cuenta! en América pudo ver cómo algunos hombres limpiaban con una mopa diversas manchas de aceite ayudados por un palo. El hallazgo había permanecido adormecido en su mente desde su estancia americana, cuando se entrenaba para mantener los cazas Sabre F-86, algunos de los primeros a reacción que adquirió el Ejército del Aire español.
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Viendo esto comenzó a trabajar para convertir la idea en un producto comercial real. Manuel Jalón trabajó insistentemente hasta diseñar un prototipo realmente viable en un local zaragozano que había alquilado a la familia Bellvis y que después, se convirtió en el origen de una polémica sobre la paternidad del invento que tuvo que solucionarse en los tribunales.
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Aquel mismo año de 1956 nació Manufacturas Rodex, primer fabricante de la fregona moderna, una maravilla tan sencilla que cuesta imaginar cómo no se le había ocurrido antes a otra persona. He ahí lo maravilloso, lograr eficacia con sencillez es algo muy complicado, y Manuel Jalón había logrado la proeza. Un palo de escoba, un conjunto de tiras de algodón y un cubo con rodillos accionados por pedal para escurrir, tal era el primer modelo fabricado de la increíble fregona que permitía limpiar suelos de pie, sin necesidad de arrodillarse.
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Fue Enrique Falcón Morellón, primer comercial del novísimo invento, quien pensó que se llamara “fregona”, una palabra que hasta aquel momento sólo se aplicaba a las mujeres que fregaban, no a un artilugio para tal fin.
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Desde entonces, infinidad de personas de todo el mundo, sobre todo mujeres, se libraron de sufrir penosas enfermedades de rodilla y de columna vertebral causadas por la anterior necesidad de fregar arrodilladas y, además, la presencia del cubo escurridor también eliminaba la necesidad de tocar con las manos una mopa empapada en lejía, otra ventaja impagable. No tardó en extenderse el invento por todo el planeta gracias a sus increíbles ventajas.
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Lo que hoy conocemos como fregona realmente nació algo después, hacia 1964, que fue cuando Manuel Jalón alumbró su célebre escurridor en una sola pieza de plástico que todos conocemos y que convierte a nuestro inventor en el padre de la fregona. 
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SU OTRO GRAN INVENTO
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Manuel Jalón hubiese pasado a la historia igualmente con “solo” haber creado la fregona, pero éste hombre inquieto, no paraba de pensar para mejorar la vida de los demás.
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La historia de las jeringuillas médicas es ciertamente fascinante.
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Las primeras agujas hipodérmicas datan de mediados del siglo XIX, siendo perfeccionadas con el tiempo hasta que el médico francés Charles Gabriel Pravaz popularizara el uso de inyecciones hacia la misma época gracias a su diseño de jeringuilla con pistón. Y así, aguja hipodérmica y jeringuilla unidas formando un conjunto sin igual, fueron mejorados poco a poco, hasta que Manuel Jalón Corominas decidió cambiar para siempre las inyecciones.
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La aventura empresarial de Manuel Jalón con su fregona, sobre todo después de pasar del modelo de rodillos al sistema de escurridos y mopa redondos proporcionó al inventor la base económica necesaria para poder dedicarse a otros proyectos de invención.
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Cuando vendió su patente a la multinacional holandesa Curver BV, centró sus esfuerzos en crear la jeringuilla hipodérmica más perfeccionada que fuera posible. Nos encontramos en los años setenta, en medio de la crisis del petróleo, todo un problema y, a la vez, una oportunidad para cualquier empresa que trabajara con plástico que, a fin de cuentas, partía como materia prima inicial del oro negro. ¿Qué productos podrían obtener ventaja de la crisis en un mundo con petróleo y plástico caros? la solución, como era previsible, estaba en los objetos de uso médico, que eran imprescindibles.
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Manuel Jalón, que en su mente ya fabricaba otros sueños que también llevó a cabo logró convencer al consejo de administración de Rodex S.A. para invertir una cantidad considerable de fondos en la investigación para fabricar jeringuillas. 
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El resultado del esfuerzo fue la jeringuilla hipodérmica desechable más innovadora jamás conocida hasta entonces y que, en poco tiempo, abrió un mercado impresionante además de toda una revolución médica.
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El modelo de Manuel Jalón incluía decenas de mejoras sobre modelos anteriores, era mucho más resistente y fino que cualquier otro intento anterior en el mismo campo y, además, introducía métodos de fabricación novedosos que garantizaban una calidad sin igual. El diseño general, pensado para contar con aristas redondeadas, ofrecía completa seguridad y facilidad de manejo.
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En conjunto, el diseño de la nueva jeringuilla hipodérmica desechable que conquistó el mundo era perfecto, hermético y, sobre todo, de fácil destrucción. La medicina contó gracias a ella desde su aparición con un arma de incalculable valor que ha contribuido a frenar la extensión de ciertas enfermedades y ha llegado a todos los rincones del planeta para acudir en auxilio de los enfermos en condiciones higiénicas ideales.
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Desde 1975, cuando bajo la dirección de Manuel Jalón se puso en marcha la fábrica de jeringuillas y agujas desechables Fabersanitas en la localidad oscense de Fraga, se han fabricado y distribuido por todo el mundo miles de millones de jeringuillas y agujas que han cumplido una tarea de incalculable valor en la salud de la humanidad.
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Éste inventor infatigable terminó sus días en Zaragoza el 16 de diciembre de 2011.
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Mónico Sánchez Moreno

¿Alguno de vosotros podría pensar que uno de los creadores de los primeros teléfonos móviles hace más de 100 años, que también inventó un aparato de Rayos X portátil, era español?, pues sí, aquel hombre era Mónico Sánchez Moreno (1880-1961).

Mónico se había criado en Piedrabuena (Ciudad Real), “un pueblo grande pero de mala muerte”, en palabras de su biógrafo oficioso. El 75% de sus habitantes eran analfabetos a comienzos de siglo. Era un buen reflejo de la España de la época: en 1901, en todo el país había poco más de 3.000 jóvenes estudiando para ser ingenieros, pero 11.000 lo hacían para ser curas. Sin embargo, Mónico, espoleado intelectualmente por un viejo profesor de la escuela pública de su pueblo, decidió coger todos los ahorros que había ganado, comprarse un traje y emigrar a Madrid para estudiar ingeniería eléctrica. Ni siquiera tenía el bachiller elemental.

El joven castellano-manchego llegó a la capital en 1901, en plena implantación del alumbrado eléctrico y de la electrificación del tranvía. “Mónico presenció por las calles de Madrid vagones tirados a sangre, como se llamaba entonces a la tracción animal, con los primeros que mágicamente se movían por sí mismos”, sin duda estaba embelesado con la electricidad, pero su anhelada escuela de ingenieros industriales de Madrid estaba cerrada por huelgas estudiantiles.

Entonces, tomó una decisión insólita, decidió apuntarse a un curso de electrotecnia a distancia, impartido desde Londres por el ingeniero Joseph Wetzler. Era en inglés y Mónico no sabía ni una palabra de inglés. Pero “debió de seguir el curso por correspondencia de una manera tan rigurosa que el mismísimo Joseph Wetzler se puso en contacto con él”.

Wetzler, que se movía en los entornos de Thomas Edison, recomendó al joven español para una plaza en una empresa de Nueva York. En apenas tres años de esforzadísimo estudio, Mónico Sánchez había saltado de un pueblo de cabras perdido en La Mancha a la que se estaba convirtiendo en la capital cultural del mundo.

El 12 de octubre de 1904, un chaval español de 23 años se subió a un barco en Cádiz con 60 dólares en el bolsillo y destino a Nueva York.

Mónico Sánchez llegó a Nueva York un año después de que Thomas Edison, el padre de la bombilla, hubiera electrocutado a una elefanta delante de 1.500 personas. Y eso era precisamente lo que iba buscando el joven español: la electricidad.

Mónico empezó a trabajar de ayudante de delineante, pero pronto se matriculó en el Instituto de Ingenieros Electricistas, un centro de formación profesional. Y, pronto, cumplió su deseo de ir a la universidad, la de Columbia, para un curso de electrotecnia de unos pocos meses de duración. Era la época de la guerra de las corrientes. Las centrales eléctricas de Nueva York quemaban carbón y petróleo a todo gas. La energía resultante movía dinamos que producían la electricidad. El problema era distribuirla hasta los tranvías y las bombillas de las casas.

Edison, propietario de la compañía General Electric, defendía la corriente eléctrica continua, un fluir perpetuo que implicaba grandes pérdidas en forma de calor por la resistencia de los cables.
Pero, entonces, surgió otra figura espectacular de la ciencia, el ingeniero serbio Nikola Tesla, en la empresa Westinghouse. El científico europeo propuso utilizar una corriente alterna, en la que el chorro varía cíclicamente. La solución era magistral, porque minimizaba las pérdidas, sin embargo, Edison no aceptó las evidencias e inició una ofensiva sosteniendo que la corriente alterna era un peligro para los ciudadanos. “Se metió en una dinámica de lo más espectacular y siniestra: electrocutar animales en público con corriente alterna, sobre todo perros y gatos. Llevó el asunto al extremo con la desdichada elefanta Topsy”.
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Tesla, mientras, se paseaba por teatros haciendo pasar la corriente alterna por su cuerpo en medio de una nube de relámpagos, con corcho bajo sus pies, para mostrar que no era para tanto.

Y en plena guerra de las corrientes, Mónico Sánchez fichó como ingeniero de la Van Houten and Ten Broeck Company, dedicada a la aplicación de la electricidad en los hospitales. Allí, aplicando algunos avances de Tesla, consiguió su gran invento: un aparato de rayos X portátil. Apenas pesaba 10 kilogramos, frente a los 400 kgs. de los equipos tradicionales. Era una máquina ideal para la Gran Guerra que estaba a punto de estallar. Francia compró 60 unidades para sus ambulancias de campaña.

El joven de Piedrabuena se había ganado el respeto de los ingenieros de Nueva York. Uno de ellos era Frederick Collins, volcado en la telefonía sin hilos o lo que es casi lo mismo: en los teléfonos móviles. Sus aparatos podían comunicarse a más de 100 kilómetros, sin cables. El problema es que su teléfono, con un micrófono de carbón, “se calentaba poco a poco y terminaba ardiendo al cuarto de hora de estar hablando sin interrupción”,

La Collins Wireless Telephone Company contrató a Mónico Sánchez como ingeniero jefe, con la intención de vender su aparato portátil de rayos X, que pasó a bautizarse The Collins Sánchez Portable Apparatus. Collins ofreció 500.000 dólares al castellano-manchego por su invento.

El sueño duró muy poco. La empresa de Collins comenzó una gran campaña de propaganda para vender acciones, sugiriendo que la telefonía móvil en coches, trenes y barcos ya era una realidad. Cuatro ejecutivos, incluido Collins, acabaron en la cárcel. En su sentencia se aludía a un presunto fraude en sus demostraciones en lugares públicos, limitadas a conversaciones breves para que los teléfonos no echaran chispas. Cuando estalló el escándalo, Mónico ya había abandonado la empresa.

Tan sólo nueve años después, regresó de EEUU con un millón de dólares en el bolsillo, después de participar en la creación de los primeros teléfonos móviles, y de inventar un aparato de rayos X portátil que salvó a más de un soldado en la Primera Guerra Mundial.

En 1912, con 32 años y realmente rico, el hombre que iba para analfabeto regresó a España convertido en un emprendedor millonario, y entonces se le ocurrió “un proyecto inviable y extravagante”, como lo define Lozano Leyva: construir un centro de alta tecnología en su pueblo castellano-manchego y fabricar allí sus aparatos portátiles de rayos X.

En 1913 ya estaba en pie el Laboratorio Eléctrico Sánchez. El problema es que en Piedrabuena no había electricidad, pero eso no le detuvo. Montó una central eléctrica en su pueblo, abastecida por el carbón llegado en carros tirados por mulas. Y casi todo Piedrabuena acabó teniendo luz eléctrica, previo pago.

Muchos de los aparatos que fabricó el inventor en su pueblo a partir de 1913 se exponen hoy en el Museo Nacional de Ciencia y Tecnología, con sedes en A Coruña y Madrid. 

Mónico celebró la caída de la Monarquía y la llegada de la Segunda República en 1931, pero cuando comenzó la Guerra Civil no supo dónde situarse. Primero, los milicianos incautaron su laboratorio. Un día, incluso, fueron a buscarlo con una excusa peregrina y, como no estaba, se llevaron a su segundo, al cual no lo volvieron a ver con vida. Tras la guerra, sin embargo, el jefe de Falange en la región acusó a Sánchez del asesinato, aunque jamás fue procesado.

“Mónico Sánchez volvió de Nueva York y quiso elevar el nivel de vida de su pueblo, era un hombre de progreso”, explica Rozas. 

Mónico murió en 1961, cuando su nieta Isabel Estébanez Sánchez tenía 10 años. “El final de la fábrica de mi abuelo fue bastante penoso, porque dejó de vender y ya no tenía energía. Tenía ciertas dificultades económicas, pero montó un cine en Piedrabuena”, recuerda su nieta, física y profesora. Ella tiene un grupo de alumnos a los que da clases a distancia, como estudió el gran Mónico.

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El primer “Hombre del Tiempo”

Hoy os vamos a hablar de un hombre de lo más curioso, un personaje muy famoso de la vida española del siglo XIX y que se convirtió en el primer “Hombre del Tiempo” en España, hablamos de Francisco León Hermoso.

León Hermoso nació en Santa Cecilia del Alcor (Palencia) en 1843 y según él mismo cuenta había estudiado Derecho, pero desde muy temprano desarrolló una intensa afición a la meteorología que cultivó de forma autodidacta leyendo todo tipo de libros y artículos de publicaciones principalmente del extranjero.

Fue a partir de la década de 1880 cuando inició actividades de información y previsión del tiempo en la prensa, y se ha dicho que anunció el famoso ciclón del 12 de mayo de 1886 en Madrid. El fenómeno que asoló Madrid aquel día, acabando con la vida de 24 personas, provocando más de 400 heridos y arrancando cientos de árboles del parque del Retiro y del Paseo del Prado, fue un tornado, como años después confirmó el propio León Hermoso, y aunque un tornado es casi imposible de anunciar con anticipación, él lo hizo, aunque prácticamente nadie le creyó.

Pero sin duda lo que más fama le proporcionó  a nuestro personaje fue la publicación que creó en 1890.

Este emprendedor, era muy oportuno y estaba muy conectado con las iniciativas del extranjero donde en la última parte del siglo XIX la meteorología había alcanzando una gran popularidad. El invento del telégrafo había permitido después de 1850 transmitir con rapidez las observaciones e informaciones del tiempo y el nacimiento de los servicios meteorológicos y con ello la predicción del tiempo alcanzó a corto plazo un nivel de acierto sorprendente.

Con esos precedentes León Hermoso, lanzó en febrero de 1890 su Boletín Meteorológico y como esa ciencia en España no estaba muy desarrollada, entendió que debía crearse algún seudónimo con sonado acento extranjero y conseguir de esa manera mayor renombre, y así lo hizo de una manera muy curiosa, creando un seudónimo construido con la letras de sus apellidos, “Noherlesoom”, ahí es ná.

Tenía una novedad sobre sus colegas del extranjero. Ofrecía la predicción del tiempo nada menos que para los quince días siguientes.

No hay duda que esa audacia científica de Noherlesoom tenía un objetivo claramente comercial: El boletín, publicado quincenalmente, no tendría mucha demanda si solamente ofrecía la predicción del tiempo para uno o dos días como hacían las publicaciones más ortodoxas.

Durante los años siguientes siguió justificando sus pronósticos de largo plazo en base a sus novedosos métodos que nunca llegaba a explicar con detalle, pero de los que siempre aseguraba que superaban con creces a los obsoletos métodos tradicionales de la predicción a corto plazo.

La predicción para los quince días en lenguaje claro iba acompañada de sus famosos mapas, en tinta azul a partir del número 5. Ocupaban parte del Atlántico y del continente europeo y eran de dos tipos. Un mapa general con el movimiento previsto de las depresiones y varios mapas de isobaras con las situaciones previstas para todos los días de la quincena.

El boletín no dejó de publicarse ni una sola quincena entre febrero de 1890 y agosto de 1897, lo que hace un total de 181 números.

Alcanzó un gran número de suscriptores, muchos de ellos entre las instituciones oficiales, de lo que se enorgullecía Don Francisco.

La suscripción anual costaba 5 pesetas en Madrid y 6 pesetas en provincias lo que podría equivaler en los tiempos actuales a  entre 30 y 42 €. Los ingresos le permitían mantener su administración en un lugar tan céntrico como los números 81 y 83 de la calle Mayor de Madrid.

Noherlesoom se convirtió así en el primer explotador privado de la meteorología en España. La predicción del boletín se completaba con artículos de divulgación sobre meteorología y temas asociados, descripción de aparatos, biografías, datos, comentarios, curiosidades geográficas, actas de congresos etc.

La colección de los “boletines meteorológicos” constituye una valiosa fuente histórica sobre la actividad meteorológica nacional e internacional a finales del siglo XIX.

Como era de esperar las críticas de los estamentos oficiales de la meteorología hacia los fundamentos científicos de las predicciones de León Hermoso no se hicieron esperar. Pero Noherlesoom no sólo no se arredró sino que contraatacó desde la tribuna de su boletín convirtiéndose a su vez en un feroz crítico de la meteorología oficial y especialmente de sus fracasos en la predicción del tiempo, bastante frecuentes como es de suponer en aquella época en que la predicción científica del tiempo estaba en su primera juventud.

El 10 de marzo de 1895 hubo una enorme tormenta que afectó al golfo de Cádiz, ocasionando el trágico y misterioso naufragio del crucero Reina Regente que había zarpado ese día de Tánger rumbo a Cádiz y desapareció en el estrecho con sus 412 tripulantes sin que jamás se encontraran restos. La presencia y efectos de la depresión, que tuvo sin duda bastante intensidad (en Cádiz se registraron fuertes lluvias y vientos de más de 60 Km/h) no fueron avisados en los partes de los servicios meteorológicos oficiales de España y Portugal del día 9 de marzo, pero el caso es que en el boletín de Noherlesoom de fecha 1 de marzo de 1895 figuraba lo siguiente: “Domingo 10.  Al SO de Portugal habrá un centro de depresiones en este día, que será el que más influencia ejercerá en nuestra Península, … desde este día adquirirá grandes proporciones el temporal en la Europa occidental, y también en nuestra Península.” De nuevo no le creyeron.

Un aspecto interesante es que Noherlesoom eximió siempre de sus ataques y diatribas a la meteorología oficial al otro organismo que compartía labores meteorológicas con el Observatorio Astronómico desde 1893, el joven Instituto Central Meteorológico, actual Instituto Nacional de Meteorología.

León Hermoso era un ferviente católico y visitaba Lourdes cada año. Allí le sorprendió la muerte repentinamente el 25 de Julio de 1897.

El siguiente número del boletín, donde se daba la triste noticia, fue el último que se publicó, cosa lógica porque Noherlesoom era su autor principal e inimitable.

Con él pasó a la historia la publicación que popularizó la meteorología en España y que dejó inscrito en su historia a un heterodoxo, pionero y gran precursor de la información del tiempo.

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Ramón Silvestre Verea

Inventor, periodista y escritor español, Ramón Silvestre Verea nació el 11 de diciembre de 1833 en San Miguel de Curantes (A Estrada), en una familia de labriegos acomodados.

Recibió los rudimentos educativos de un tío suyo clérigo, mostrando una inteligencia muy despierta y una especial capacitación hacia la mecánica.

En 1846, ingresó en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Santiago de Compostela.

Entre 1848 y 1854, estudió la carrera eclesiástica en el Seminario Conciliar de Santiago, del que fue expulsado a causa de su rebeldía intelectual contraria a la fe católica, a pesar de encontrarse becado y tener un magnífico expediente académico.

En 1855, Verea emigró a Cuba. Trabajó como maestro de escuela en Sagua la Grande y en Colón, ciudad donde también aprendió el oficio de periodista (cajista, corrector y redactor) en el diario El Progreso (hacia 1860), que llegó a dirigir (1862).

En 1863, inventó una máquina de plegar periódicos.  Dos años más tarde, con el inglés aprendido en Cuba, Verea se instalaba en Nueva York tras una breve estancia en Puerto Rico (también colonia española). En la metrópoli norteamericana, se empleó como profesor de español, traductor y viajante de maquinaria e intentó patentar su plegadora, pero por falta de financiación terminó vendiendo la idea a un especulador neoyorquino.

En 1874, trabajó de cambista entre La Habana y Nueva York y fue entonces cuando se planteó la necesidad de un aparato capaz de calcular las equivalencias entre oro y dinero y entre divisas.  

En 1875, asentado ya en Nueva York,  fundó una agencia industrial para la compra de máquinas e inventos.

En 1877, se convirtió en director del periódico El Cronista, el primero editado en castellano en los EE.UU (1842).

En 1878, Verea obtuvo una patente norteamericana (nº 207918) por una máquina de calcular. Se trataba de un aparato mecánico hecho en hierro y acero, de 26 kilos de peso y 35,5 centímetros de largo por 30,5 de ancho y 20,3 de alto, capaz de sumar, restar, multiplicar y dividir cifras de nueve dígitos. Estaba formada por un cilindro metálico de diez lados, cada uno de los cuales tenía una columna de agujeros con otros diez diámetros diferentes.

Lo novedoso del invento consistía en el método directo de multiplicación, pues hasta entonces esta operación matemática se realizaba haciendo sumas repetidas.

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Su funcionamiento se asemejaba al sistema Braille de los ciegos. Con un solo movimiento de manija, se conseguían realizar sumas, restas, multiplicaciones y divisiones.

Antes de la llegada de Verea, la capacidad de las máquinas de cálculo se limitaba a las sumas, por lo que, para lograr hacer una multiplicación, se precisaba de varias maniobras. 

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El escritor Manuel Lozano Leyva describió el rudimentario funcionamiento de dichas calculadoras en su libro “El gran Mónico”:

“Si se quería multiplicar 32 por 56, se disponían los cilindros de la máquina en el 32, se le daba seis veces a la manija; después se daba a la manija para atrás (o a otra para adelante), añadiéndole así un cero al 32, y luego cinco veces para delante para sumar cinco veces 320”.

La hazaña no tuvo el eco que merecía por decisión del propio inventor, que desoyó las ofertas de compra que le llegaron desde EE.UU. por su creación.

Verea sólo llegó a construir tres ejemplares y nunca pensó en una explotación a gran escala. Según declaró, diseñó la máquina para demostrar que los españoles podían ser tan buenos inventores como los de otras naciones más avanzadas tecnológicamente. Con todo, la calculadora sí fue reconocida por la comunidad científica.

Su rapidez a la hora de realizar los cálculos –menos de 20 segundos– y su innovador sistema de cilindros le sirvieron para aparecer en la revista Scientific American y para ganar una medalla en la Exposición Mundial de Inventos de Cuba en 1878.

En 1895, a consecuencia de sus críticas a la política de los EE.UU. en Lationamérica, Verea tuvo que abandonar Nueva York y se trasladó a Guatemala, donde fue recibido con todos los honores.

En 1897, se instaló en Buenos Aires, donde fundó y dirigió otra revista también llamada El Progreso (1898).

Un año después, en 1899, debido a una afección pulmonar, Ramón Vera fallecía en la capital argentina a la edad de 65 años, solo y empobrecido.

En 1930, su máquina de calcular pasó a formar parte del museo de International Business Machines (IBM) en White Plains (Nueva York).

Otro ejemplo de gran inventor…con falta de reconocimiento.

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Ángela Ruiz Robles

Hola chic@ssssss, la verdad es que no paramos de sorprendernos al conocer los grandes inventores de este país que han sido verdaderos talentos y cuyo reconocimiento ha sido ínfimo…

Hoy os queremos presentar a la mujer que en 1949 fue la precursora de lo que hoy conocemos como ebook, la persona que creó la primera enciclopedia electrónica, hablamos de Ángela Ruiz Robles.

Más conocida en su tierra como ‘doña Angelita’, fue una maestra e inventora nacida el 28 de marzo de 1895 en Villamanín, provincia de León, que pasó la mayor parte de su vida en Ferrol (Galicia) dedicándose a la docencia y que llegó a fundar su propia escuela.

Ángela se convirtió en una maestra de gran valía que impartió clases en distintas escuelas e incluso en algunas de ellas llegó a ser su directora. También crearía su propia academia para adultos en la que impartiría ella misma clases para opositores. 

Además de su faceta como docente, Ángela, un espíritu incansable, llegó a escribir dieciséis libros versados en gramática, ortografía y taquigrafía y dio conferencias sobre dichos temas. 

Mientras Ángela dedicaba su vida a la enseñanza, su mente fue gestando una idea genial. Observando a sus alumnos, cargados siempre de libros, y viendo la necesidad de impartir una educación que tendiera a adaptarse a los estudiantes, imaginó un artilugio que facilitara la lectura de libros. 

Ángela Ruiz Robles

La idea de doña Angelita se hizo realidad con un pesado artefacto construido a base de materiales rústicos de la época. Era solo un prototipo fabricado en Ferrol, pero ya le sirvió para recibir el reconocimiento por parte del Ministerio de Educación y le salieron pretendientes en Washington para construirlo en Estados Unidos, aunque Ángela Ruiz Robles estaba muy arraigada a Galicia y quería que su invento se llevara a cabo en su tierra.

El 7 de diciembre de 1949, presentó la patente del que sería el primer ‘e-book’ de la historia. La Enciclopedia Mecánica, un libro que funcionaba con un sistema mecánico de aire a presión, contenía unas piezas intercambiables que se colocaban “en perpendicular, facilitando la comodidad del lector, y evitando […] esfuerzos intelectuales y físicos”, según la descripción del invento.

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Éste invento no recibió el interés ni de la comunidad científica ni de ninguna empresa susceptible de comercializarla.

Sin detenerse en su ímpetu creativo, Ángela patentaba el 10 de abril de 1962 lo que se conocería como su “enciclopedia mecánica”. 

Esta enciclopedia, de la que llegó a realizar un prototipo real en el parque de artillería del Ferrol, era un libro “ideovisual” interactivo, con luces, botones para escoger distintas opciones, sonido y múltiples contenidos opciones. Un artilugio que, salvando mucho las distancias, incorporaba las prestaciones que hoy día pueden tener los ebooks o las tabletas electrónicas.

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Ella quería que su pesado artefacto se construyera en serie con materiales más ligeros fáciles de transportar en la mochila, pero la falta de capitales lo hicieron inviable.

Recibió importantes distinciones como la Cruz de Alfonso X El Sabio a su profesionalidad, la Medalla de Oro y un Diploma en la I Exposición Nacional de Inventores Españoles. Todo hacía presagiar que estábamos ante uno de los grandes inventos del siglo, pero no llegó a materializarse como ella quería.

Tras pasear la enciclopedia mecánica por las numerosas ferias de toda España, doña Angelita nunca consiguió la financiación adecuada para que su revolucionario invento llegara a todas las aulas del país.

Google celebró en marzo de 2016 el 121 aniversario del nacimiento de Ángela Ruiz Robles dedicándola uno de sus doodles, la leonesa inventora del libro mecánico.

Doodle de Ángela Ruiz Robles

La maestra leonesa también inventó un Atlas Científico gramatical, una suerte de “hipertexto” en el que podían consultarse datos culturales, geográficos, políticos, sociales o gastronómicos simplemente eligiendo un pueblo o ciudad de España. Unas características que recuerdan mucho al funcionamiento de la Wikipedia actual y que, de nuevo, demuestran la creatividad de una auténtica visionaria para la época en la que vivió.

El otro invento fue un método taquimecanográfico nuevo, que tenía como fin ayudar a escribir más rápido al mismo tiempo que facilitara el aprendizaje de los estudiantes.

Ángela Ruiz Robles fallecía el 27 de octubre de 1975. Pocas décadas después, el mundo no se sorprende al ver un dispositivo electrónico de pequeñas dimensiones y altas capacidades, muriendo ella prácticamente en el olvido, cuestión que parece increíble.

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Emilio Herrera Linares

Buenasss a tod@s, hoy queremos presentaros a un ingeniero, piloto, militar, político e inventor, un adelantado a su tiempo perteneciente a la Generación de Plata de la aeronáutica en España, nos referimos a Emilio Herrera Linares.

Nació en Granada el 13 de febrero de 1879, y con él se daba a luz a una etapa gloriosa dentro de la aeronáutica española.

En 1897, con solo dieciocho años, ingresó en la Escuela de Ingenieros militares de Guadalajara, dando así inicio a una brillante carrera como militar, a la que daría continuidad en la Compañía de Aerostación. En ella obtuvo su título de piloto de globo en 1905.

Seis años después, en 1911 Herrera vuelve a hacer historia al graduarse en la primera promoción de pilotos de aeronaves en España, y poco después, en 1914, mostró sus habilidades al pilotar un avión que cubría la ruta Tetuán-Sevilla.

En 1918 promovió la creación de una línea de pasajeros transoceánica llamada “Transaérea Colón” que estaría equipada con dirigibles que unirían Europa con América.

Esta idea la llevaría a cabo finalmente Alemania y Herrera sería invitado como segundo al mando de la expedición para atravesar el Océano Atlántico en el LZ 127 Graf Zeppelin.

Además, Herrera fue uno de los grandes impulsores del Laboratorio Aerodinámico de Cuatro Vientos (Madrid), inaugurado en 1921, y precursor del actual Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (INTA), un organismo dependiente del Ministerio de Defensa encargado de proyectos de investigación espacial y aeronáutica.

Pero Herrera no era un hombre conformista y desde ese momento comenzó a afrontar nuevos retos como conquistar el espacio exterior.

Su verdadera meta era el espacio, y para conquistarla desarrolló su escafandra astronáutica. Después de estudiar la muerte del aviador Benito Molas en 1928, Herrera diseñó una vestimenta que le permitiría alcanzar sano y salvo la fabulosa altura de 22.000 metros de altitud –por encima del récord de altura del momento– en un globo de barquilla abierta.

El traje, listo en 1935, contaba con 3 capas, una de lana, una de caucho y una tercera de lona muy resistente. La zona de las articulaciones estaba diseñada como un acordeón reforzado con cables y tirantes de acero para dar libertad de movimiento al piloto. Una capa de aluminio pulimentando y una tela de plata recubrían el casco cilíndrico y el traje para reflejar los rayos solares y evitar el recalentamiento. 

Incluía un sistema de respiración, estaba equipado con un sistema de calefacción, un casco que impedía la entrada de rayos solares perjudiciales y un micrófono sin carbón para que no ardiera al entrar en contacto con el oxígeno de la atmósfera. Una capa recubierta de metal plegado incomunicaba el cuerpo de las amenazas externas a la vez que facilitaba el movimiento de las articulaciones.

El viaje, previsto para el verano de 1936, iba a suponer el primer hito de la conquista espacial, anterior incluso a las famosas bombas volantes alemanas V-2 de Wernher von Braun, que posteriormente serían la base de los cohetes Saturno, responsables de poner el hombre en la luna. Sin embargo, el estallido de la Guerra Civil le impidió llevarlo a buen puerto, el traje fue destruido y con la tela del globo se hicieron abrigos para los soldados republicanos.

Aun así, el estallido de la guerra no le impidió terminar su proyecto, esbozado en 1932, de viajar a la Luna.

A partir de 1939 Herrera, fiel a la República —llegó a ser presidente de la 2ª República en el exilio entre 1960 y 1962— se exilió a Francia y comenzó a ser olvidado en su patria natal.

Quién no olvidó sus esfuerzos fue la comunidad científica internacional e incluso Neil Armstrong, el primer hombre que pisó la Luna en 1969, agradeció sus esfuerzos entregando a su ayudante, Manuel Casajust, una pequeña roca lunar. Un hito, por cierto, que Herrera no pudo ver —falleció dos años antes en Ginebra— y en el que tampoco quiso participar pese a que la NASA le tentó con un cheque en blanco.

Según contaba Casajust a la prensa de la época, Herrera se negó a colaborar en el proyecto si tras el alunizaje los astronautas no colocaban una bandera de su querida España junto a la enseña norteamericana. De acuerdo con Carlos Lázaro Ávila en su libro «La aventura aeronáutica», Herrera comentó a su ayudante: «Los americanos son como niños, creen que con el dinero lo pueden comprar todo».

Emilio Herrera, por todo esto, es conocido merecidamente como “el Julio Verne español”.

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